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Autor Tema: La fiesta del chivo  (Leído 920 veces)
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La pesadilla de LOBA SOLITARIA


« : 16 de Marzo 2006, 18:10:33 »

Carlos Alberto Montaner

 

"La fiesta del chivo" llega a la pantalla grande

Primero en el festival de cine de Berlín, y luego en Madrid, se acaba de exhibir
La fiesta del Chivo, una película escrita y protagonizada en inglés, dirigida por
el peruano Luis Llosa, cuñado de Mario Vargas Llosa, autor de la novela de igual título
publicada en el año 2000 con extraordinario éxito. Luis Llosa es un experimentado
realizador de cine, conocido en toda América Latina por sus telenovelas y en Hollywood
por dos filmes de aventuras muy taquilleros: El especialista con Sylvester Stallone
y Sharon Stone y Anaconda con Jennifer López.

La actuación de La fiesta del Chivo estuvo a cargo de un reparto fundamentalmente
europeo: Isabella Rosellini, Tomás Milián -un cubanoitaliano formado en el Actors
Studio de New York-, una espléndida Stephanie Leonidas y el británico Paul Freeman,
excelente actor de carácter capaz de transmitir con unos pocos gestos toda la infamia, la
ambigüedad y el dolor de un padre que le entrega su hija adolescente al anciano dictador
para que la desvirgue a cambio de recuperar sus privilegios políticos.

La película de Lucho Llosa cuenta dos historias perfectamente articuladas: la de la
muchacha deshonrada y la de la conspiración para asesinar al dictador Rafael L.
Trujillo, ajusticiado el 30 de mayo de 1961 por un comando formado por ex partidarios del
gobierno que se habían convertido en enemigos del Chivo, uno de los sobrenombres con
que el pueblo se refería al despótico militar. Pero, al margen de las anécdotas con
que se trenza ese hilo argumental, hay algo todavía mucho más importante que trasciende
en el filme: la atmósfera de terror, adulonería y salvajismo a que fue sometida la
sociedad dominicana durante tres interminables décadas de horror y degradación.

Trujillo fue el más monstruoso, arbitrario y pintoresco de la larga cadena de dictadores
que ha padecido América Latina. Le quitó el nombre a la ciudad más antigua de América,
Santo Domingo, y la bautizó como Ciudad Trujillo. En las ceremonias se cubría la cabeza con un
bicornio emplumado y el pecho con mil estrafalarias medallas. Hacía despedazar a sus
enemigos y con los restos de los cadáveres alimentaba tiburones o perros feroces.
Se acostaba con cualquier mujer que le apetecía, ya fuera la esposa de un colaborador o
la hija de un campesino.
Nombró coronel del ejército a uno de sus hijos cuando tenía siete años. A los diez lo hizo
general. Ordenó que le llamaran Primer Maestro, Primer Médico, Primer Periodista dela República
y Benefactor de la Patria.
Se le calificaba de Genio de la Paz, Protector de todos los obreros, Salvador de la
Patria y Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos. Organizó campañas para obtener
el Premio Nobel de la Paz para él y el de Literatura para su mujer, una señora cursi que amaba
la ópera Aída y por eso le puso a dos de sus hijos Ramfis (el precoz militar) y Rhadamés.

El mundo creado por este psicópata tal vez no ha tenido parangón en Latinoamérica. Ni 
Fidel Castro con sus vacas enanas, sus diez mil muertos, su histrionismo de feria y sus
discursos de ocho horas; ni José Gaspar Rodríguez de Francia, el Supremo, el paraguayo
que en la primera mitad del siglo XIX secuestró a su país y lo aisló del mundo durante 26
años; ni el irresponsable Antonio López de Santa Anna, perdedor de Texas, el dictador
mexicano que hizo enterrar con honores militares una pierna cercenada en combate, que ni
siquiera era la suya, se comparan en ridiculez, crueldad y perfidia al dominicano Trujillo,
arquitecto de la dictadura más loca y terrible de cuantas ha padecido la región.

Pero es, precisamente, esa criminal desmesura lo que se convirtió en el gran reto de
esta película. ¿Sería creíble ver en pantalla a Trujillo humillando públicamente a uno
de los jefes militares con el detallado relato del placer sexual que le proporcionaba
la esposa de su subordinado? Tomás Milián lo logra. Consigue hacer verosímil al personaje,
de la misma manera que Marlon Brando le dio vida al loco coronel Kurtz en Apocalipsis now.
Nada de insinuar los rasgos del demente. Había que mostrarlos sin recato, incluso exagerando,
porque no hay otra forma de encapsular en cuatro escenas y apenas ciento veinte minutos
todo el horror y la perversión de una tragedia brutal que duró treinta años y envileció a
casi toda la sociedad en ese largo periodo. Cuando se apagan las luces los espectadores,
consternados, salen en silencio, cabizbajos. Creo que han comprendido.

(©FIRMAS PRESS)

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"LOS BLANCOS HUESOS DE UN MUERTO PUEDEN SER DE CUALQUIER RAZA
 SI LA MUERTE NO DISCRIMINA, QUE LA VIDA TAMPOCO LO HAGA"

                                                                    RUBEN BLADES
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