De camino al puerto se cruzó con un Maserati, un Porsche y un Ferrari. Todos sin conductor. En el pantalán, vio pasar un rólex, un enorme collar de Bvlgari, unas gafas Armani, unos Manolo Blahnik y un etéreo vestido de Gucci. En la cubierta del yate vecino tomaba el sol un bikini empedrado de Dior, junto a un bolso de Hermes. De vuelta a casa, sólo se cruzó con un Bentley sin chófer. En el hogar, rodeada de muebles de diseño, antigüedades y obras de arte, se desnudó, abrió las piernas y se dejó embestir, como cada noche, por una abultada Visa Oro.
(Microcuento de esos que me gustan a mi, escrito por Hiperbreves y leido en esas interneses de Dios)
