No conocía tu nombre, ni siquiera te ubicaba en este mundo. Ahora estoy seguro de que no te voy a olvidar jamás. Ni a ti, ni a la imagen de aquella hoja de cuchillo. En cuanto la vi volar hacia mi cuerpo, pensé que iba a morir. El tajo fue profundo, como el dolor, y la sangre manó sin descanso. Así es la muerte, imaginé mientras me agarraba el cuello y me aferraba a la vida. A milímetros de la arteria carótida. A milímetros del final. A ti te seccionó casi al completo, pero me salvaste. Qué oportuno descubrimiento anatómico. Bendito músculo esternocleidomastoideo.
(Microcuento de esos que me gustan a mi, escrito por Hiperbreves y leido en esas interneses de Dios)
Saludos, salud y a disfrutar del finde...
