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Autor Tema: El día que me cagué encima de los pantalones en la p.uta calle  (Leído 967 veces)
Almizcle
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No os lo bebáis todo, dejadme algo a mi...


« : 21 de Enero 2009, 12:18:24 »

"El día que me cague encima de los pantalones en la p.uta calle"

Estaba en época de exámenes. Como habían cortado las clases y no tenia horarios que atender, mi licantropía congénita me había arrastrado, como tantas veces, a la vida nocturna. Así que me levante de la cama a la una de la madrugada, sin nada en la nevera y sin un jodido pitillo con el que terminar de despertarme. Buscando un cigarrillo, encontré en uno de los cajones de mi escritorio una bolsa de Yayitas: ya sabéis, esas galletas tan ricas que están hechas con miel.Me hice un café con leche que acompañé con las galletas, dejando la bolsa casi vacía. A continuación, me vestí, salí a la calle y me dirigí hacia el único lugar en el cual podía encontrar tabaco a aquellas horas intempestivas: una gasolinera situada a unos 500 metros que incluía entre sus instalaciones una pequeña tienda de bebidas y comestibles. Para acortar el camino, atajé por un descampado.

Al salir de casa ya había notado algunos avisos intestinales a los cuales no di mucha importancia. Me recordaron, eso sí, por qué no debía comer dulces ni productos de bollería: las travesuras de mi delicado estomago. A mitad de camino, cuando atravesaba el descampado, me di cuenta de que había cometido un grave error al no volver hacia atrás en el momento oportuno: mi aparato digestivo parecía haberse negado a digerir las galletas y estas clamaban en el recto por salir apresuradamente de mi interior. A partir de entonces, tuve que hacer un esfuerzo constante para que mi esfínter no dejara escapar ninguna sustancia corporal. No obstante, supuse que me dejarían usar el servicio de la gasolinera para hacer de vientre; luego creí que la decisión correcta era seguir hasta la estación de servicio.

En esta delicada situación, uno siempre duda entre aligerar el paso para no demorar la urgente evacuación o, por el contrario, caminar despacio, respirando pausadamente, y así poder concentrar todas tus energías espirituales en el ano con el objeto de darle el vigor necesario para aguantar el apretón. Opté por esto último, lo cual constituyó el segundo grave error de la noche.

Cuando llegué a la gasolinera, había realizado tantos esfuerzos en la insólita aventura de apretar mi ojete que me sentía desfallecer por momentos. Caminaba despacito y bamboleando, como un muerto viviente persiguiendo a una rubia chillona.

Me acerqué con mi singular caminar hasta la ventanilla donde un dependiente atendía el establecimiento tras un cristal.

-Un paquete de Fortuna, por favor -pedí, observando en el reflejo del cristal la palidez de mi rostro.

Me dio la cajetilla de tabaco, le entregué el dinero, y mientras me devolvía el cambio le dije con forzada naturalidad:

-¿Me deja usted, por favor que se lo pido por lo que mas quiera en esta vida, entrar al baño?

Entonces aquel maldito-hijo-de-perra-asalariado-incompetente-de-mierda me miró como si estuviera ante un delincuente o un enfermo. Intuí sus pensamientos: “Este seguro que quiere meterse droga o limpiar el servicio. ¡Que limpie el de su casa!”

-No -respondió con sequedad.

Mentalmente, esbocé una petición algo más dramática y contundente. Algo así como:

-¡Por el amor de Dios y los clavos de Cristo redentor! ¿Pero no ves que me estoy cagando por las patas abajo? ¡No quiero limpiar vuestro apestoso baño ni pincharme droga: solo quiero jiñar como un ser humano decente! ¡Soy un honrado ciudadano que quiere cagar y estoy en mi puto derecho constitucional! ¡O me das la llave del baño o mis abogados te van a reventar a juicios: a ti y a toda tu jodida familia!

Pero no me atreví a espetarle aquello porque había mucha gente alrededor: era un viernes y muchos estudiantes que andaban de botellón pululaban por allí buscando hielo o bebidas. Así que desesperanzado, y con un dolor que me llegaba desde el corazón hasta el ojete, abandone el lugar lentamente, con los mismos pasitos cortos e inseguros que me habían llevado hasta allí, sintiendo en la piel los sudores que anunciaban la tragedia que habría de acaecer.

Atravesé de nuevo el descampado, y decidí acabar de una vez con mis sufrimientos. Después de todo, el sitio carecía de iluminación, así que no iba encontrar un lugar mejor para cagarme encima. Recé un padrenuestro, abrí los brazos al cielo y relajé mis partes bajas. La pesada carga que me torturaba el alma y el vientre se corporeizó en un cálido mojón que se depositó en mis calzoncillos. Creo que sufrí un trauma mental. Camine durante unos metros más sintiendo la mierda en el culo pero sin asumir lo ocurrido:

-Tranquilízate, Inner. No te has cagado en la calle: se trata tan solo de tu pestilente dignidad humana, que ha sufrido una catarsis purificadora.

Pero la evidencia de mi incontinencia fecal era demasiado pesada como para ser negada, tanto en lo físico como en lo metafísico. Así que me detuve un momento para pensar que hacer. Vi un hueco en el seno de unos densos arbustos situados en los límites del descampado. Me dirigí hacia allí con unos extraños andares de pato mareado, haciendo lo posible para que los excrementos no rebosaran los calzoncillos y me ensuciaran los pantalones.

La tenue luz que llegaba desde las lejanas farolas me permitió adivinar que había ido a parar hasta un escondrijo de delincuentes callejeros: tiradas en la tierra había billeteras vacías, bolsos, jeringas, condones… Me desnude y abandone en el suelo los calzoncillos junto con el mojón para completar aquella heterogénea colección de objetos perdidos. Después, me puse de nuevo los pantalones, los cuales se habían manchado inevitablemente; así que durante el resto del camino aun me hubieron de acompañar los efluvios de mi pestilente catarsis espiritual.

Cuando ya llegaba a casa, caí en la cuenta de que todavía me quedaba un problema por resolver: si cogía el ascensor del edificio, cabía la posibilidad de coincidir en este con algún vecino, luego compartiríamos el habitáculo aromatizado con el más íntimo de mis olores. Embarazosa situación, sin duda. ¿Que iba a decir entonces?

-¡Hola, Don Gregorio! ¿Se ha dado cuenta del intenso pestazo a mierda que desprenden los jazmines del jardín en esta estrellada noche? Habrá que decirle al jardinero que deje de abonarlos con estiércol.

No me quedaba, pues, mas alternativa que subir a pie las doce plantas que me separaban de mi apartamento. En esta ocasión, decidí apresurarme para acabar de una vez con aquella agónica salida nocturna. Comencé a subir las escaleras a la carrera: tercer error de la noche. En la séptima planta, ya no sentía las piernas. A partir de ahí, la subida de cada peldaño se convirtió en un reto insufrible, una inenarrable epopeya que ya hubiera querido Homero conocer en sus días.

Cuando al fin cruce la puerta de mi apartamento, las piernas me temblaban, apenas podían sostener mi peso. Recorrí el pasillo de la entrada apoyándome en las paredes -igual que cuando vuelvo borracho a casa- y me metí en el cuarto de baño para ducharme. Ya limpio y descansado, me senté frente a mi escritorio para ponerme a estudiar un rato con la única intención de borrar de mi mente todo lo ocurrido. Entonces la vi sobre la mesa: la bolsa de Yayitas. Abrí la ventana y airado tiré las traicioneras galletas al vacío mientras gritaba:

-¡A tomar por culo, hijas de p.uta! ¡Y me cago en vuestra p.uta estampa!

Y esta es mi triste historia.

(by innerpendejo.com)
« Última modificación: 21 de Enero 2009, 12:25:52 por Almizcle » En línea

Kisses FM
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Las ganas de vErte casi igualan a las de Tocarte


« Respuesta #1 : 21 de Enero 2009, 19:59:48 »


 vAYA Aventura       Cabezon
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El TIEMPO me parecio poco .... las palabras salieron SOBRANDO y sin saberlo , NUNCA planeado , de 1  modo Extraño :  TU te quedaste a MI LADO

Me eNCantaria Q algun dia , sin tanto complicarnos ...despues de hablar : VOLVIERAS a mi Vida
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