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Karmofilo
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La pesadilla de LOBA SOLITARIA
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« : 27 de Febrero 2007, 03:24:36 » |
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El sexo nuestro de ayer y hoy Texto | Mónica Oblitas
Caricatura | Gastón Calbimonte
Fotos | Jorge Landaeta
La sociedad boliviana se ha visto sacudida por una explosión que ha puesto el sexo al alcance de cualquiera | Si antes se unían sexualidad con sentimiento, hoy esa fórmula parece haber pasado de moda
Doña Luz se ríe cuando le digo las preguntas para este reportaje. “Ay, hijita, si es que me acuerdo”, me condiciona pícara. A los 88 años, esta bisabuela de un adolescente ha visto cambiar tanto su vida que incluso aprendió algo de chat. No lo entiende, pero lo usa, y se horroriza de la facilidad con que las “peladas” aparecen en la pantalla de la computadora. “Es que nosotros no hablábamos de sexo, era un tema que no se tocaba a no ser que fuera indispensable, ninguna de mis amigas hablaba directamente del miembro del hombre jamás”, cuenta. Se refiere a la sociedad paceña de hace 60 años atrás. “Seguramente los hombres también estaban con prostitutas, pero la mayoría se aseguraba de que nadie lo supiera, era en la calle Condehuyo donde estaban las mujeres de mal vivir”, recuerda Luz. Ella no habló de sexo con su madre, y tampoco lo hizo muy claramente con sus hijas, “el sexo era un tema tabú”, justifica, “pero era algo más de corazón, eso te lo aseguro”.
El sexo de antes
En la década de los 50, el callejón Virrey de Condehuyo albergaba los lenocinios más frecuentados y hasta hace algunos años, Villa Fátima era conocida por ser la zona roja. El barrio de Caiconi, el de los focos rojos, cobijaba en sus oscuras cuadras empedradas los lenocinios más conocidos de la ciudad, el Redondo y el Zepelin.
Juan G. (43) recuerda que llegar hasta el lugar significaba una aventura que sólo los arriesgados intentaban. “Tuve mi primera relación sexual a los 18 años, con mi chica. La verdad es que no estábamos tan desesperados por el sexo, nuestras fiestas eran con refresco y hasta las siete de la tarde, fui una sola vez a Caiconi, no entramos al final porque nos asustamos, pensamos que nos asaltarían”.
Este ejecutivo, padre de dos hijas, asegura que tiene bien estructurada la metodología que usará con sus niñas al momento de hablar de sexo. “A mí no me dijeron nada, ninguno de mis padres, jamás supe de los preservativos, creo que ni existían, lo que aprendí lo hice en el colegio, con los amigos, pero con mis hijas va a ser distinto, además está el Internet, ahí puedes buscar consejo de cómo hablarles”.
Con el crecimiento de Villa Fátima, los lenocinios de la zona fueron trasladados más allá de la tranca hacia Yungas, otros se instalaron en El Alto, sobre todo en los barrios de Santiago I y Santiago II. Pero aun el fenómeno sexual no se acercaba a lo que es hoy. El cine Princesa era el de las películas pornográficas, y conseguir una Playboy o una Penthouse era un triunfo que celebraban los adolescentes a escondidas de sus padres.
Alberto L. (33) recuerda al Sunset y al Jet Set como los lugares de moda para ver un streaptease, “un preámbulo antes de una cita sexual, pero era necesario ese preámbulo, un par de tragos, etc.”.
Hoy, Javier (17) abre las páginas del periódico para encontrarse con ofertas sexuales que parecen inverosímiles, “a mí no me parece bien pagar por sexo”, dice. Tiene en su computadora algunas páginas pornográficas, “como todos los changos de mi curso”, y habla con su madre divorciada del VIH/Sida, de los preservativos y de las relaciones sexuales, “ella me da los condones si los necesito, sé que es algo raro, no todas las madres lo hacen, pero prefiero que sea así. Puedo preguntarle cualquier cosa”.
Periódicos, Internet, la misma televisión, todos se han unido para que ahora el sexo sea como un menú, todo a pedido, a domicilio o no. Es tal la explosión de ofertas sexuales, que un estudio de los estudiantes de Derecho de la Universidad Mayor de San Andrés encontró que en el trayecto del barrio de San Jorge al de San Francisco, alrededor de 25 cuadras en el centro paceño, se encuentran por lo menos 40 burdeles que trabajan sobre todo en horas de la tarde.
Sin vergüenza
“De frente vienen ahora los jóvenes, compran los perfumes, los jabones, ya no les da vergüenza, lo mismo las señoritas, pero ellas se preocupan más porque (sus enamorados) no las dejen”, cuenta Justina Mamani, vendedora de la calle Sagárnaga, la popular “Calle de las Brujas” en La Paz.
En su tienda, en la que hay de todo para el que cree y busca, dos filas de remedios para el amor (de un 90% procedencia peruana y un 10% brasilera) prometen maravillas para el amante despechado o mal dotado. También están las hierbas y talismanes afrodisiacos que prometen arreglar cualquier dilema de esta índole. “También vienen los caballeros mayores, pero esos disimulan, no preguntan de frente”, dice la vendedora, que atiende su puesto hace más de 20 años y recuerda que antes la Sagárnaga era frecuentada más por los hechizos para la suerte, los negocios, la salud o el amor, pero no para mejorar, tan expresamente, la vida sexual de los clientes.
Ahora los perfumes y jabones eróticos son los que más se venden, los más baratos entre 12 y 15 bolivianos y los más costosos hasta en 60 bolivianos. Todos, absolutamente, aseguran el éxito sexual, pero las mismas caseras de la Calle de las Brujas, desconfían, “yo, a mi marido, caldito de cardán nomás”, asegura Justina. ¿Y le ha funcionado, doña? “Nueve hijos, 24 nietos, tres bisnietos tenemos”, se ríe la señora.
Cambia, todo cambia
No hay duda de que el sexo a través del tiempo ha cambiado. Aunque hay testimonios de la experiencia sexual relacionada con el placer como el Cantar de los Cantares de Salomón o el Kama Sutra hindú, han sido estos últimos años los que han marcado cambios profundos y evidentes.
La actitud hacia el sexo es otra. Las formas sexuales que antes eran conocidas, pero que no se llegaban a realizar, ahora se practican más libre y ampliamente y hombres y mujeres buscan satisfacción sexual sin culpa o compromiso. Ahora las referencias al sexo se hacen en ámbitos, como el científico, político o militar, en que habría sido impensable hace algún tiempo.
La psicóloga Denisse Auza señala que lo que no ha cambiado hasta ahora es el problema con la sexualidad en sí. “Desde siempre, lo que no logra nunca ser una cópula precisamente, es la sexualidad. Ha cambiado la forma de abordar el tema, pero no el problema en sí. La sexualidad se ha desprendido del sentimiento, lo que se busca ahora es un placer en un puro sentido, sin relacionarlo con un sentir. En Bolivia parece que las cosas no han cambiado, por el mismo rasgo cultural y antiguo de prejuicios y miedo, lamentablemente no creo que el sexo y la sexualidad puedan desligarse del tabú, es muy difícil encontrar una apertura al tema, ni en la conversación, ni en la práctica, y cuando se abren esos espacios, se los tergiversa con un libertinaje”. Auza asegura que la actividad sexual sin base afectiva es causa de frustración y hace que el individuo se sienta utilizado pero no realizado.
Si en una época se podía decir que sexualidad y sensualidad eran una manera de expresar sentimientos, ahora ya no.
Tradición, siempre
Pero lo que jamás pasará de moda, es la creencia en lo esotérico que se practica sobre todo en el occidente. Es cosa de ver los amuletos que vende Justina, uno de ellos es el Warmimunachi, un talismán de piedra caliza que representa a una pareja en pleno acto sexual. La superstición asegura que el individuo que lo porte será correspondido sexualmente por la mujer que él desee. Y viceversa.
Otros amuletos como el Jatachicu, muy popular entre la cultura kallawaya, consiste en un tallado de un hombre y una mujer unidos en un acto sexual. Para que surja efecto se le añaden piedra imán, maíz amarillo, carbón de queñua, hilo de seda de color, un pedazo de una prenda de la persona que se desea o una fotografía. “Hay que sentir con ganas para que funcione”, aconseja la señora, “de por sí no va a funcionar, hay que pedir con el corazón”. Difícil tarea hoy en día la que pide Justina.
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