Hoy el sol hacía brillar la hierba
y sentí el deseo de ser John Dunbar,
correr por la mitad de la pradera,
sin rumbo fijo, buscando la soledad.
Y allí esperar a mi buen amigo,
ese lobo canijo de ojos lánguidos
que me haría compañía cada noche
al calor de una fogata, tomando café,
mientras las brasas lanzaran chispas a las estrellas.
Dejar salir lo bueno del corazón
y ser como William Muny,
cuerpo embrutecido, pero con el alma blanda,
con sólo unos metros de tierra que sembrar
y unos hijos a los que cuidar.
Y ver atardecer bajo un árbol
buscándote en el rojo del cielo.
Ser un trotamundos infatigable
que, como Larry Darrell,
busca el sentido de la vida, de las cosas,
en las Montañas, en la Pobreza,
en las Minas, en las Tabernas,
en una anciana rica, en un anciano engreído,
y dejar de lado lo superficial de este mundo.
Y arrepentirme, como el bueno de Jean Valjean,
de mis graves errores del pasado,
pensar que tienen solución,
borrarlas y hacerlas de nuevo
rogando por la reparación
y comprendiendo que en la vida
aún queda mucho bueno por hacer.
(Juan Francisco Alonso 09/05/06)