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Area Aficiones II (Cocina, Ecologia, Poesia y Posteridad) => Poesias y Textos (Originales) => Mensaje iniciado por: Dr Roberts en 17 de Diciembre 2005, 10:05:34



Título: EL JURAMENTO HIPOCRATICO. CAPITULO I
Publicado por: Dr Roberts en 17 de Diciembre 2005, 10:05:34
EL JURAMENTO HIPOCRÁTICO

CAPÍTULO I

GENÉTICA

Cuando Helena Torres se despertó esa helada mañana en Washington, sabía que el día no podía depararle nada bueno. Desde que era chica había sentido una especial aversión por el frío, y el termómetro mostraba inclemente una temperatura exterior de   6 ºc bajo cero. Y ya eran las 7.30 am.

Se tomó el habitual tazón de leche con cacao sin calentar en exceso, y se puso ropa suficiente para resistir 6 meses en la Antártida. Por eso había adquirido la costumbre de ducharse por las noches. Hasta transcurrida al menos 1 hora desde que se despertaba, era incapaz de enfrentarse con un mínimo de dignidad a la vida cotidiana.

Sintió que alcanzaba algo de libertad cuando entró en los terrenos del campus tras sortear penosamente los duros 30 minutos de intenso tráfico que estoicamente soportaba cada día. Aunque nunca le habían gustado las despedidas, con ésta iba a disfrutar. No es que le disgustase especialmente el " american way of life ", pero añoraba las gachamigas y los gazpachos de su tierra casi tanto como a su familia.

La oferta del Consejo Superior de Investigaciones Científicas para incorporarse "cuanto antes" a su departamento de Biología Molecular no le habría sorprendido tanto si se hubiese producido 5 años antes, cuando concluyó su doctorado "Cum Laudem" en Cambridge, tras haber sido el nº1 de su promoción en España con un expediente académico que no conocía más calificación que la matrícula de honor. Pero fue su padre, siempre su padre, quien le aconsejó que aceptara la modesta oferta del departamento de Genética de la Universidad de Washington, convenciéndola de que unos años entre los "yankies" le aportarían una visión más real de las complejidades del tremendamente competitivo, egocéntrico y despiadado mundo de la ciencia.

Durante esos últimos 5 años, había conocido a mucha gente, no había hecho amigos ( salvo Frank ), había alcanzado cierto respeto por parte de los expertos en genética de medio mundo, y había aprendido que el pepinillo puede ser empleado en cualquier tipo de plato, con resultados idénticamente desastrosos en todos ellos.

El hecho de no hacer amigos venía dado a partes iguales por propia decisión ( cuando se fue a Estados Unidos decidió que aquello era sólo una etapa y que evitaría cualquier tentación de echar raices ), como por el hecho de que su 190 de coeficiente intelectual no ocultaba su indudable atractivo. Dicha combinación resultaba apabullante para los hombres y, sencillamente insoportable para las mujeres. La soledad que siempre le esperaba fuera del ambiente académico era combatida con moderado éxito con dos partes de trabajo y una de cine ( mezclado, no agitado, como Mr Bond, James Bond ).
Cuando alcanzó el refugio de su pequeño despacho, impecablemente desordenado, y mientras se despojaba de su carísima y abundante protección contra el frío, advirtió que la pantalla de su ordenador le anunciaba la presencia de nuevo correo.

-   " TIENE 4 MENSAJES NUEVOS "

De un rápido vistazo desechó la posibilidad de abrir siquiera tres de ellos, dado que de uno desconocía el remitente que se ocultaba tras el provocador y poco claro título de * ADVERTISEMENT *, y otros dos provenían de las aburridísimas e incansables secciones administrativas de la Universidad.

El cuarto llamó enseguida su atención. " Penjopothe " era el nombre de guerra que anunciaba noticias de casa. Pero no era Martes, y los mensajes de papá llegaban invariablemente los Martes,…

Con un punto de inquietud abrió el mensaje:

" Hola Helen. Me he saltado el protocolo semanal sólo para decirte que cuando llegues a Barajas tendrás que esperarme unos 30 minutos, porque me será imposible llegar antes. Cosas de tu madre. Estamos deseando tenerte en casa. Besos "

Se le hizo un nudo en el estómago. " Cosas de tu madre " era la indicación de que existía un segundo mensaje en la dirección de correo que sólo ella y su padre conocían y que debidamente encriptado, sólo debía ser leído desde un terminal público.

Si el que entró en ese momento en el despacho no hubiese sido Frank Slaughter, le hubiese despedido con los modales justos, y se habría marchado a toda prisa. Pero era Frank el que con su mejor sonrisa forzada, y antes de, al menos, saludarle, volvía a insistir sobre el único tema de conversación de los últimos días.

-   ¿ Seguro que quieres irte ?
-   Seguro Frankie.

Y entonces comenzaba la, no por reiterada, menos vehemente exposición de los numerosísimos “proes” y escasas “contras” ( en realidad, ninguna ) de la permanencia en los Estados Unidos. La contundencia de sus argumentos, unida a la firme creencia por su parte de que España era algo así como un condado de Montana, le convertían en momentos como aquel en un entrañable telepredicador, buscador incansable no de dólares, sino de comprensión. Le dejó terminar con un alarde de paciencia que a ella misma no dejaba de impresionarle. Cuando el torrente cesó tan bruscamente como había empezado, la sudorosa cara de Frank era la imagen misma de la derrota. Pero sólo un instante.
-   Bueno, al menos lo he intentado.
-   Desde luego. Varios cientos de veces, - le contestó ella con una amarga sonrisa.-

Se miraron y se abrazaron como lo hacen los camaradas que han vivido mil batallas y a los que les llega la hora, tan temida y tan ansiada, de volver a casa.

-   Te mandaré mil correos todos los días, - le dijo mientras la mirada iba tornándose vidriosa de manera incontenible.
-   Me harás llorar, que es lo que más detesto Frankie. Además, te prometo que volveré pronto, aunque sólo sea para que me mortifiques con una de tus incomprensibles paradojas de la informática.
Frank Slaughter miró durante unos segundos a los ojos de Helena, y justo antes de derrumbarse definitivamente, la besó en la mejilla y se dio media vuelta, despidiéndose con la mano sin volver la vista atrás.

Fue entonces cuando Helena se dio cuenta de que acababa de salir por la puerta lo único que lamentaba dejar detrás en su regreso a España. Y se sintió más sóla que en las solitarias tardes de Domingo en su pequeño apartamento de Jefferson Avenue.

Encima del monitor descansaba un pequeño paquete envuelto torpemente con un papel de regalo de pésimo gusto que Frank había dejado allí imperceptiblemente. Helena lo tomó y lo guardó en su bolso sin abrirlo, pues ya sabía que era el más preciado tesoro de Frank. Aquel ejemplar de la primera edición de “El Paraíso Perdido” de Milton era un pedazo de la misma alma de Frankie. El dolor que sin duda habría causado a Frank desprenderse del libro, probablemente se vería mitigado cuando encontrase en el buzón personal de su departamento la copia en vinilo del “ Abbey Road” de los Beatles autografiado por el mismísmo John Lennon que había sido objeto de su más devota veneración desde el día en que Helena se lo enseñó.

-   Bien, un clavo saca a otro clavo – pensó mientras sonreía - , y seguro que papá lo entenderá.

Y cuando papá se enteró lo comprendió. Aunque hubiese preferido ser atropellado por un autobús de dos pisos.

La Dra Torres todavía tardó una hora larga en resolver algunos pequeños asuntos administrativos pendientes y en formalizar alguna despedida protocolaria cuyo recuerdo desparecería pocos segundos después de hacerla, para siempre.

A 200 metros de su despacho, había un café con dos ordenadores públicos. Recogió la clave de acceso tras abonar los 5 dólares que le daban derecho al uso de Internet durante 30 minutos, y se sentó ante la inquieta pantalla. Nerviosa e intrigada, accedió a su cuenta secreta y el aviso de un nuevo mensaje se presentó con el descaro de la tecnología frente a ella. Lo abrió. No había identificación del remitente ni indicación alguna de su procedencia.

Parpadeando a más frecuencia de la que el ojo humano puede discriminar, apareció, negro sobre blanco electrónicos:


A C x G T

TNML  HTFF  HT
      666

No tenía ni la más remota idea de qué podía significar aquello, pero no podía apartar la mirada de la pantalla. Lo memorizó y mandó el mensaje al limbo cibernético.

El individuo de la mesa junto a la entrada a los servicios tampoco podía apartar la mirada de la Dra Torres. No podía permitirselo.







Título: Re: EL JURAMENTO HIPOCRATICO. CAPITULO I
Publicado por: Alkawueto en 19 de Diciembre 2005, 12:14:55
Empieza a gustarme y a picarme la curiosidad... Sr Doctor...  -beer


Título: Re: EL JURAMENTO HIPOCRATICO. CAPITULO I
Publicado por: Dr Roberts en 19 de Diciembre 2005, 12:38:02
Empieza a gustarme y a picarme la curiosidad... Sr Doctor...  -beer



Entonces, ¿ Continúo ?


Título: Re: EL JURAMENTO HIPOCRATICO. CAPITULO I
Publicado por: Dirty Face en 19 de Diciembre 2005, 16:28:42
Sería una put*** no hacerlo Doc... -maza

esperamos su continuación..   -ok -alabar -fies


Título: Re: EL JURAMENTO HIPOCRATICO. CAPITULO I
Publicado por: Paddy en 19 de Diciembre 2005, 21:52:50


PUES VA A SER QUE SÍ, YA ESTÁS TARDANDO MUCHO........... -aplaudir -aplaudir -aplaudir

ESTOY IM-PACIENTE DOCTOR  O0

PADDYKARMA  -ok -oeoeoe


Título: Re: EL JURAMENTO HIPOCRATICO. CAPITULO I
Publicado por: PeterPaulX en 20 de Diciembre 2005, 22:08:34




Entonces, ¿ Continúo ?

NO lo dudes trons!