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Area Aficiones II (Cocina, Ecologia, Poesia y Posteridad) => FORO DE POESIA y LIBROS => Mensaje iniciado por: Tito Nacho en 6 de Junio 2005, 12:39:40



Título: Un largo día...
Publicado por: Tito Nacho en 6 de Junio 2005, 12:39:40
Que día tan largo, hoy por fin me decidí a hacer algo de limpieza en su armario, una tarea que había pospuesto miles de veces y que ya no podía seguir eludiendo. Así que, sin dejar tiempo a que mi mente se revelase, mi cuerpo empezó a andar el camino de sobra conocido.

Trajes de chaqueta, camisas, corbatas, zapatos, ropa interior perfectamente colocada, sus gemelos... no he podido dejar de sonreír ante sus gemelos por la cantidad de veces que le he ayudado a ponérselos. Y de repente, como una bofetada, allí estaba... su sombrero. Medio escondido entre montones de cajas de recuerdos que todavía no he sido capaz de mirar estaba su sombrero y sin poderlo controlar me he sentado en su cama mientras vagaba hasta la primera vez que recuerdo haberlo visto.

Es curioso como los recuerdos no vienen en forma de película, si no como fotografías de colores brillantes que hacen de un momento de nuestras vidas. Esa primera fotografía es muy clara, es uno de mis primeros recuerdos y allí estaba el sombrero (supongo que no el mismo, pero si uno muy parecido, era de ideas fijas) y por supuesto estaba él. Era otoño, estábamos en la arena buscando conchas y él gritó “mirad, mirad lo que acabo de encontrar”; desde diferentes puntos de la playa corrimos un montón de chicos y niñas, mis primos y yo, deseando ver el tesoro desenterrado. Y allí, en medio de los gritos y las sonrisas estaba él, plantado de pie, con los brazos hacia arriba, mirando hacia el cielo y girando sin parar. Realmente no recuerdo cual fue el tesoro que encontró, supongo que una concha alisada por el agua y la arena, pero si recuerdo con claridad a mis primos y primas y a mi mirándole con cara de adoración mientras intentaba alcanzar las nubes con sus dedos.

Sin poderlo evitar otra fotografía siguió a la primera, en esa segunda había menos caras, solamente dos, la de él y la mía. Cogidos de la mano paseando por un parque. No podía dejar de admirar su gran mano, esa mano que hacía que el mundo fuera un lugar seguro donde nunca podría pasarme nada malo. Recuerdo que él me contaba cosas sobre los árboles, sobre las flores que veíamos, hasta que, sin venir a cuento cambió de tema, me dijo “ahora debes ser valiente, voy a tener que irme durante un tiempo y tienes que prometerme que seguirás creciendo como hasta ahora”. A mi me pareció una tontería, no el que se marchara, si no el tema de crecer... ¿cómo iba a quedarme con la estatura que tenía?. Tiempo después comprendí que los días de ausencia que yo pensaba iban a ser algo más largos y que ese “crecer” se refería más a mi interior que a mi exterior. Aún así lo intenté con todas mis fuerzas, ¿cómo no hacerlo si se lo había prometido a él?.

La tercera fotografía es algo confusa, no se si es porque los personajes son más mayores o porque la perspectiva de ellos es distinta, ya no les miro desde abajo si no casi de igual a igual. En esa fotografía está él, como en casi todas las importantes de mi vida, aparecen un montón de personas con rostros familiares, aparece mi madre y aparezco yo... es un funeral y noto como él se acerca con cautela hasta el féretro mientras yo no puedo apartar la mirada de sus ojos buscando algo, un reconocimiento, un gesto de consuelo, una mirada de cariño. Pero no, sigue sin poder apartar la vista de la cara de mi madre, sin poder separar sus manos del sombrero que lleva entre ellas mientras el resto de los integrantes de la foto le miran fijamente sin creerse que pudiera estar allí. Esta fotografía tiene otra, aún más borrosa, que le sigue en el tiempo. Cuando salí a la calle en busca de aire estaba apoyado en un árbol, la cabeza caída sobre el pecho y el sombrero aún entre las manos. Se giró, nuestros ojos, casi a la misma altura, nos acercaron y por un breve instante el tiempo nos llevó de nuevo al parque, a nuestro paseo y a nuestra conversación y me pareció reconocer en su mirada un destello de orgullo y de satisfacción por lo que veía. Después de un escueto “lo siento” se volvió y desapareció de nuevo, pero su mirada me había contado muchas más cosas de las que pretendía.

La siguiente fotografía es un puñetazo en el estómago, no físico, si no por la impresión que me causo. Bastante tiempo después, en una habitación casi vacía, solamente una cama, sus libros, una butaca donde estaba él sentado y su sombrero colgado en una percha cerca de la puerta como si tuviera intención de salir en cualquier momento, cosa que yo sabía que no iba a suceder. Él intenta levantarse pero no puede, el dolor se lo impide, por primera vez mis ojos están por encima de los suyos y es una situación desconcertante. Recuerdo haber pasado mucho tiempo observándole mientras él tenía la cabeza girada hacia la ventana intentando retener las lágrimas. Por fin, después de lo que me pareció una eternidad se giró y me dijo “llevamé a casa, por favor”. No se si fue ese por favor lo que me impidió hablar mientras cogía su sombrero (nunca antes había escuchado de su boca algo parecido) o fue el querer ir a casa y descubrir en esa sencilla frase que lo que intentaba decirme era “llevamé contigo”. Por alguna razón siempre había considerado que tenía un hogar, algo con raices y a lo que aferrarse cuando estaba conmigo y lo más impactante es que, de pronto, comprendí que mis sentimientos eran parecidos, no tenía sensación de plenitud, por lo menos no del mismo modo que cuando estábamos juntos.

La última foto es de hace unas semanas y no puedo evitar que algo se remueva en mi interior cada vez que pienso en ella. Fue otro funeral, pero esta vez tenía claro que no vería su imponente figura andar por el pasillo sin importarle las miradas de admiración, las miradas acusadoras, las miradas de amor/odio. Esta vez él estaba allí desde el principio, esta vez era la figura principal del acto, algo que yo sabía que le gustaba, aunque en este caso no creo que le hubiera apetecido (es bueno poder bromear con los recuerdos). En la foto hay mucha gente, pero todos están borrosos, ningún rostro puede hacer sombra a la presencia del suyo... prefiero no seguir mirando esta y dejarlo para cuando pase el tiempo.

Dejo vagar mi vista por la habitación y descubro una carta que se ha caído cuando cogí el sombrero, es de él. Me acerco y sin tocarla veo mi nombre escrito con su letra, una escritura elegante, larga como su figura pero rotunda. No se si abrirlo y vuelvo a sentarme en la cama. Dentro del sobre hay una nota, una simple nota después de todo este tiempo; pero en esas pocas líneas están encerrados años y años de conversaciones no habladas, de momentos no vividos. Es sencilla, solamente dice:

“Ahora este sombrero es tuyo, debería habértelo dado antes, pero sabes que es difícil desprenderse de las cosas a las que te acostumbras. No encuentro nada más que pueda dejarte para que recuerdes con amabilidad todos los momentos que hemos compartido y todos los que podríamos haberlo hecho. Olvida el pasado y escribe tu propia historia sin la carga del odio o el reproche. Sabes que nunca has dejado de ser mi compañero de viaje por mucha que haya sido la distancia que nos separara y nunca dejaré de ser el tuyo por algo tan simple como la muerte. Te quiero.

Tu padre”

He estado mirando la pared, intentando volver a colocar todas las piezas de mi vida en su sitio y he descubierto que, a veces, merece la pena poner la casa patas arriba para que entre aire nuevo. He levantado la vista y me he sorprendido en le espejo con el sombrero de mi padre en mi cabeza.


Título: Re: Un largo día...
Publicado por: Iranzo en 6 de Junio 2005, 15:05:40
buerna historia hermano,buena -ok


Título: Re: Un largo día...
Publicado por: Tito Nacho en 6 de Junio 2005, 15:38:52
buerna historia hermano,buena -ok

Muchas gracias, no sé si este tipo de relatos va en este foro, pero no he visto otro lugar donde colgarlo.

Nunca he intentado nada con poesía, pero quizá me anime, me gustan las cosas que leo aquí :)